lunes, 26 de mayo de 2014

Es la política. Imbécil!!!


Por Arq. Guillermo Meyer

Un Premio Nobel de Economía decía que existen cuatro tipos de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina. No se podía explicar como un país devastado por la guerra y sin recursos naturales pudo en poco tiempo convertirse en una de las primeras economías del mundo. Del mismo modo era imposible entender como Argentina, privilegiada en cuanto a disposición de recursos naturales y una población con un nivel cultural destacado, haya entrado en una espiral de decadencia cada vez más profunda.

Por eso es inconducente analizar la realidad de nuestro país sin considerar la calidad de las instituciones políticas. Esto es porque el éxito o el fracaso de un país dependen, fundamentalmente, de cómo la política determina la economía.

A partir de la Organización Nacional, nuestro país experimentó un extraordinario crecimiento impulsado por un modelo agroexportador. La pequeña élite que se dedicaba a esa actividad detentaba el poder político y había organizado la sociedad en su propio beneficio. Pero ese modelo no sería sustentable a futuro si no se aprovechaba ese crecimiento para avanzar hacia la innovación y diversificación productiva acompañadas de una mejor distribución de los ingresos y las oportunidades. Si bien esto hubiera sido un importante avance para el país, también implicaba un serio riesgo para las ventajas consolidadas de esa élite. No podían permitir que nuevos actores generaran riqueza; no podían, por lo tanto, permitir el florecimiento pleno de una democracia que los obligara a compartir el poder político.

Finalmente, la lucha y el empuje de amplios sectores de la sociedad por obtener protagonismo político y social dieron sus frutos cuando, en 1916, lograron acceder al gobierno a través de la Unión Cívica Radical. El radicalismo gobernó hasta 1930, cuando Hipólito Yrigoyen fue derrocado mediante un golpe de estado. En ese momento Argentina era uno de los países más importantes del mundo.

Durante entonces hasta la recuperación definitiva del sistema democrático en 1983, el país fue gobernado 11 años y 4 meses por los conservadores y su “Fraude Patriótico”, 21 años y 8 meses por gobiernos de facto, 3 años y 11 meses por la UCRI, 2 años y 8 meses por la UCRP y 12 años y 1 mes por el Partido Justicialista como máximo exponente del populismo vernáculo.

En 1983 se produjo un importante cambio cultural que significó una bisagra en la historia del país. El recuerdo de los oscuros años vividos, el Juicio a las Juntas y la prédica de Raúl Alfonsín convencieron a los argentinos de nunca más permitir gobiernos de facto ni  tolera horrores como los que estos produjeron. A partir de entonces hasta la fecha, el Partido Justicialista gobernó 22 años y 11 meses mientras que la Unión Cívica Radical lo hizo 7 años y 7 meses.

Tanto los gobiernos de facto como los populistas, priorizaron su propia permanencia en el poder por sobre todas las cosas; a veces desatando cruentas luchas entre sus propias facciones. A pesar de que en cada período hablaban de un nuevo país y usaban palabras como “revolución”, finalmente siempre reprodujeron el mismo sistema consistente en obtener el poder y conservarlo a toda costa. Tenían muy claro un proyecto de poder; pero nunca tuvieron, ni les importó tener, un proyecto de país. La recuperación de la Democracia dejó atrás el período de golpes militares y aseguró la libertad, sin embargo el éxito político del populismo siguió poniendo en práctica una concepción del poder que, en esencia, es la misma que desde hace décadas nos viene llevando de fracaso en fracaso.

Esta forma de concebir el poder se caracteriza por:

-          Un líder carismático. Erigen un líder presentado como el salvador de la Patria, una suerte de caudillo al que se le deben confiar los destinos de la Nación. Se pretende que el ciudadano ceda a esta figura paternal su protagonismo y su responsabilidad como individuo, desentendiéndose de los problemas comunes. El debate político pasa a girar en torno a la lealtad debida a ese líder, mientras que el debate de ideas queda en un lugar marginal. Pero cuando las esperanzas puestas en ese líder se ven defraudadas, se lo reemplaza por otro, que hereda el apoyo popular y garantiza la continuidad del mismo esquema en el poder.

-          Capitalismo de amigos. Se establece una fuerte sinergia entre poder político y poder económico. Los primeros buscan la permanencia en el poder y el otro hacer negocios a costa de los intereses de la mayoría. A veces se suceden conflictos de intereses que hacen que los empresarios amigos cambien y sean reemplazado por otros que se convierten en los nuevos ricos de ese período populista. Cartelización de la obra pública, exenciones impositivas y complicidad para eludir limitaciones legales son moneda corriente.

-          Discurso de “moda”. El populismo siempre buscó maquillarse según el clima de época; fueron la “Argentina del Primer Mundo”, luego el “Modelo Nacional y Popular” y ahora cada vez hay más en la línea esperemos a ver qué onda. A pesar de las diferencias en el discurso, coinciden en la total ausencia de compromiso real con la postura ideológica proclamada.

-          Relato épico. Transforman su posición política en una cuestión identitaria cuasi religiosa. Para eso desarrollan un relato dirigido a instalar creencias, de manera que la adhesión sea una cuestión de fe donde no importan los hechos, ni los argumentos, ni las explicaciones. De esa manera su posición política se convierte en una cuestión identitaria cuasi religiosa, es decir, hay creer y no pensar. Entonces, la fe ciega y cegadora en la certeza absoluta de una visión de la realidad hace que muchos sientan que con su adhesión cooperan con una empresa épica, aunque eso signifique secundar y transigir con cosas que tal vez repugnen moralmente. Así es como muchos aún se tragan sapos, mentiras y excusas en nombre de la expansión de un supuesto modelo nacional y popular cuando único que se expande es el patrimonio personal de funcionarios y amigos.

Siempre las sociedades han necesitado certidumbre sobre su presente y futuro; creer en algo. Si bien el auge de las comunicaciones facilita el acceso a la información sobre lo que sucede, cuando la inmediatez y la superficialidad son culturalmente dominantes se dificulta el discernir entre lo verdadero y lo falso. Esa preponderancia de las apariencias facilitó a los malos gobiernos mentir, omitir, exagerar, engañar y descontextualizar para sostenerse en el poder.

-          Cortoplacismo. Para asegurar el éxito electoral necesitan generar en la población una sensación de satisfacción a modo de placebo. Por ese motivo concentran todo el esfuerzo en aquellas políticas que producen efectos positivos a corto plazo, aunque comprometan negativamente el largo plazo. La falta de planificación a futuro y los cambios bruscos de orientación política impulsados por el mismo partido de gobierno, llevan indefectiblemente al estancamiento. Por ejemplo, los mismos hace una década privatizaron mal, hoy estatizan también mal; en ambas transacciones siempre el Estado resultó perdedor.

La satisfacción de lo inmediato muchas veces significa renunciar a la posibilidad de desarrollo en el fututo. La inmediatez está instalada en toda la sociedad y el populismo lo entiende y lo utiliza. Los argentinos creyeron en la “plata dulce” de los 70, el “uno a uno” en los 90 y ahora en el crecimiento a tasas chinas. Muchos disfrutan mientras duran esas “fiestas” y toleran la irresponsabilidad y la corrupción del gobierno a cambio de compras en cuotas o algún viaje al exterior. Sin embargo esos períodos siempre terminaron en crisis de gran magnitud que, a pesar de quedar en la memoria colectiva de los argentinos, no han servido como aprendizaje para evitar caer siempre en la misma trampa. Durante los 90 la sensación de bienestar fue financiada con endeudamiento externo y en el 2001 estallaron las consecuencias. Ahora esa “fiesta” se financia desperdiciando las ventajas de los altos precios internacionales de nuestros productos, pateando deudas hacia adelante, echando mano a los recursos del ANSES y dilapidando las reservas del BCRA.

-          División de la sociedad. Para asegurar el apoyo popular buscan generar el temor a las consecuencias de una eventual derrota del gobierno. Para ello es necesaria la existencia de enemigos que encarnen los peores temores de la sociedad. Para asegurar esa conveniente polarización esos terribles enemigos son metidos en la misma bolsa que el resto de la oposición de manera que los atributos negativos de unos se trasladen también a los otros. No aceptan matices, si no se está a favor de algo, es porque se está en contra. Al instalar la idea de que el grupo que gobierna debe triunfar sí o sí para salvar al país, justifican el arremeter contra todo aquello que signifique un obstáculo a un supuesto mandato histórico; no importa si se trata de la República o la Constitución Nacional.

Ese rechazo al diálogo y el pluralismo, y la consecuente degradación en la calidad del debate político, permite esconder las debilidades del relato oficial. Quien tiene seguridad en sus convicciones acepta gustoso la crítica y el debate porque sabe que sus ideas pueden resultar fortalecidas; en cambio, esto es inconveniente cuando no existen convicciones o cuando las verdaderas intenciones son inconfesables

-          Clientelismo y utilización de los pobres. La pobreza no se debe a la ignorancia, torpeza o incapacidad de quienes gobiernan, sino a decisiones tomadas con la intención de sostener esa situación. Se aplica una suerte de “teoría de las migajas” consistente en satisfacer las necesidades inmediatas de a una franja de la población, pero sin resolver su situación de vulnerabilidad. De esta manera los más pobres son convertidos en rehenes permanentes de un gobierno que les entrega “migajas” a cambio de obediencia.

El quiebre de la voluntad de millones de personas para reducir sus expectativas a la mera subsistencia genera dependencia, esta es fundamental para la creación de redes clientelares, las que a su vez forman parte de la maquinaria electoral del oficialismo. Esta concepción del poder ve a los pobres como clientes y no como ciudadanos. Esto explica por qué en la actualidad la pobreza es igual o mayor que en los años 90, a pesar de que en esta última década el gobierno dispuso de un volumen de recursos como ningún otro.

De esta manera jamás lograremos un desarrollo económico con equidad e igualdad de oportunidades que garantice una mejor calidad de vida para todos hasta que no resolvamos las causas políticas que lo impiden.

Actualmente estamos siendo testigos del final de un ciclo populista. Del mismo modo que ex menemistas renegaron de esa pertenencia para convertirse en duhaldistas y luego en kirchneristas, ahora, silbando bajo, buscan una nueva figura para seguir recreando la misma lógica y práctica política. Posiblemente la presidente y sus laderos más cercanos serán convertidos en chivos expiatorios mientras que los demás, cual Afrodita renovando su virginidad con un simple baño de mar, reaparecerán hablando de la necesidad de lo nuevo y de la renovación. Nos dirán que son los únicos que pueden gobernar y rescatarnos de los desastres que ellos mismos ayudaron a provocar; nos dirán que nos llevarán a un país de ensueño del que nos han alejado durante tantos años de gobierno. Son los mismos gobernadores feudales, los mismos barones del Conurbano, las mismas redes clientelares, los mismos funcionarios de gobiernos corruptos.

Las únicas excepciones a esta lógica de construcción política han sido los gobiernos radicales que han debido heredar crisis muy fuertes y enfrentar a su vez una oposición virulenta y ansiosa de recuperar el poder lo antes posible. No es casual que dieron los únicos presidentes que no se han enriquecido en el poder. Fueron los que han planteado cuestiones que hacían a una transformación política y social profunda y a largo plazo y con un proyecto de país: primeras leyes favorables a la clase obrera; creación de YPF; promoción y defensa de la modernización de la universidad pública reformista de 1918; planes de alfabetización; defensa de los intereses nacionales frente a la prepotencia foránea; el Juicio a las Juntas,; obras públicas pensando en el futuro como hospitales, escuelas, obras hidroeléctricas y ferroviarias; logro del autoabastecimiento energético; planteamiento de propuestas estratégicas como el traslado de la Capital, etc. El populismo, sin proyecto de país ni ataduras éticas avanza rápido, pero sin dejar nada en concreto, en cambio quien respeta la república y es consecuente con sus valores e ideales, avanza muy lentamente; pero de manera concreta y firme.

Para no caer nuevamente en las mismas trampas, los argentinos debemos reconocer nuestras propias fallas morales y entender que no hay beneficio individual si no se realiza el bien común; debemos dejar atrás la “viveza criolla” y el miedo a parecer tonto por ser honesto. No hay posibilidad de salida cuando en un país quien hace las cosas bien pierde y el que hace las cosas mal gana; estamos perdidos si creemos que la salvación pasa por fagocitarnos unos a otros.

Para que un país avance es necesario que tenga instituciones políticas de calidad; para ello es necesario que haya partidos políticos fuertes que discutan proyectos en lugar de nombres o fotos. No habrá instituciones sólidas si dependen de agrupaciones cuya estabilidad depende de la ubicación en las encuestas de una figura estelar.

Debemos apostar a un gobierno que tenga entre sus principales preocupaciones lograr que todos los habitantes tengan la posibilidad de desplegar sus capacidades; como también incentivar el surgimiento y materialización de buenas ideas. Para eso es fundamental un sistema educativo que vuelva a ser motor de la movilidad social e incentive el talento incipiente. Quien sabe, tal vez alguien que podría haber sido Premio Nobel se encuentra en estos momentos viviendo en la extrema miseria o en la calle por el solo hecho de haberle tocado nacer en un hogar marginado sin oportunidades ni expectativas.

No se trata de sustituir un nombre por otro nombre; para salir de esta decadencia necesitamos derrotar una forma de entender el poder político. Ya sabemos por experiencias anteriores que cambiar las cosas no es algo sencillo. Hacerlo significa afectar intereses corporativos tanto en lo político como en lo económico; y estos no se van a quedar quietos. Sabemos que va a ser difícil pero vale la pena intentarlo; y vale la pena porque es la única alternativa que tenemos para que nuestro país sea un mejor lugar para vivir.

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