lunes, 21 de enero de 2013

A las naciones se les predica con la conducta de sus gobernantes

Por Juan Tosi

Se cumplen hoy 30 años de la desaparición física del Doctor Illia.


















Habitualmente se rescata la memoria del Doctor Illia como sinónimo de austeridad y rectitud cívica. Es indudable que esto se debe a sus valores como persona y a su honradez comprobada, que muy pocos se animaron a poner en duda. Pero podemos considerar otro aspecto de este "simple ciudadano" que ocupó por escasos 3 años la presidencia de la República en medio de una década convulsionada: Su gestión de gobierno.

Las medidas tomadas en esos escasos años y con un parlamento adverso, fueron de un altísimo contenido político y distan mucho de la imagen de "lentitud, corrupción e inoperancia" que maliciosamente le construyó el periodismo y el peronismo, siempre dispuestos a triturar a todos aquellos que se niegan a entrar en sus "negocios".

Brevemente podemos recordar:

La Argentina registró durante sus tres años de gobierno, una cifra sin precedentes de inversión en educación y cultura de alrededor del 23% del presupuesto nacional. La participación de educación en el PBI en el año 1963 fue del 12%, en 1964 del 17% y en 1965 del 23%. El gobierno de la UCR multiplicó la suma invertida en construcciones escolares por nueve e instaló 1500 comedores para sus alumnos. En 1964 creó el Plan Nacional de Alfabetización, al año, el Programa contaba con 12.500 centros de alfabetización y su tarea alcanzaba a 350.000 alumnos de 18 a 85 años de edad. Se graduaron 40.000 alumnos en la UBA, la cifra más alta en toda la historia de la Universidad. Se eliminaron las restricciones que pesaban sobre el peronismo y el Partido Comunista y se promulgaron penalidades a la discriminación y violencia racial.

El Nobel de Química argentino, Luis Leloir consultado años más tarde aseguró: “La Argentina tuvo una brevísima edad de oro en las artes, la ciencia y la cultura, fue de 1963 a 1966”.

Se anularon los contratos de concesión a las empresas petroleras por "vicios de ilegitimidad y ser dañosos a los derechos e intereses de la Nación". Promulgó la ley del salario mínimo, vital y móvil, previa a la constitución del Consejo del Salario. Promovió la Ley de Abastecimiento, destinada a controlar los precios de la canasta familiar y la fijación de montos mínimos de jubilaciones y pensiones. Se aprobó la ley de medicamentos, que establecía una política de precios y de control de medicamentos, congelando los precios a los vigentes a fines de 1963, fijando límites para los gastos de publicidad y a la posibilidad de realizar pagos al exterior en concepto de regalías y de compra de insumos. Se aprobó la ley de hacienda, que establecía que los productores de hacienda, ya sea de ganado ovino, bovino, vacuno o porcino tenían la oportunidad de solicitar un préstamo al gobierno para incentivar las inversiones en su producción.

También se redujo casi a la mitad la tasa de desempleo que pasó del 8,8% en 1963 a 5,2% en 1966. Los números de la macroeconomía, también llegaron a la participación de los trabajadores en el ingreso bruto, del 36,5% en 1963, Illia elevó al 41,4% la participación de sueldos y jornales. Argentina, mientras tanto aumentó su PBI durante todos esos años en un 7,8% en promedio. Llevó agua potable a 2 millones de habitantes de las zonas rurales y puso en funcionamiento 300 centro materno infantiles.

Su gobierno fue el constructor de una fecha histórica en la diplomacia argentina, el 16 de diciembre de 1965, la Asamblea General de la ONU aprobó por 94 votos a favor y ninguno en contra, la obligación de que el Reino Unido inicie tratativas con nuestro país por el conflicto de Malvinas. Resolvió rechazar el envío de tropas a República Dominicana para apoyar la intervención norteamericana hacia 1965. Illia sostuvo en la relaciones exteriores, los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos, inherentes al yrigoyenismo. En su mensaje inaugural dijo “No habrá para nosotros países grandes que debamos seguir, ni países chicos a los que debamos dirigir”. Redujo la deuda externa en una tercera parte de 3.400 millones de dólares a 2.600 millones.

Hecho este repaso podemos dar homenaje a su persona, que efectivamente, es de la que hoy se cumplen 30 años de su desaparición.

Un presidente de todos los días
Por Santiago Kovadloff
Publicado en HUMOR en enero de 1983.

No fue un Churchill. Ni un De Gaulle. Ni un Adenauer. No fue un Irigoyen ni un Perón. No despertó el fervor de las masas ni en su palabra palpito la genialidad de un iluminado. Con el no perdimos una personalidad deslumbrante. Ni un orador que nos cautivara. Ni una inteligencia sin par. Perdimos a un hombre bueno. Solo quienes ignoran el sentido medular de esta palabra pueden subestimar lo que ella implica cuando es atributo de un estadista.

Una vez a los argentinos nos gobernó un hombre bueno.

Ello implica: un ser para quien sus convicciones personales jamás fueron dogma, ni el prójimo un instrumento, ni el despotismo, ni el gobierno en sí mismo un fin.

El país anda hoy sediento de virtudes elementales: justicia, honradez, paz, confianza, trabajo y libertad. Son formas de la bondad que es, en última instancia, la esencia del altruismo. Una vez lo argentinos tuvimos por presidente a un hombre bueno. Si es hondo el deterioro de la Republica se debe a que la sustancia humanista de nuestra organización social se ha perdido. Deshecha por la frustración, ella parece haberse acercado como nunca a esa tierra de nadie y de nada que la Biblia intuyo bajo el nombre de Apocalipsis.

A las naciones se las predica con la conducta de sus gobernantes.

Roguemos que no haya cundido, entre los gobernados de nuestra patria, el ejemplo de quienes la condujeron estos últimos años. Que no hayamos aprendido a asesinar para resolver nuestras discrepancias. A estafar, a mentir, a aterrar, a sobornar, a torturar y a negar nuestros actos. Roguemos que cunda, en cambio, el ejemplo de hombres como el que ahora perdimos y que caben cómodamente en la palabra bueno.

Con el se fue un rostro transparente. Por lo tanto, un rostro excepcional en la Argentina moderna. El rostro de un hombre que nunca recurrió al lenguaje para estafar a quienes lo escuchaban. Que jamás hablo para ocultar sino para darse a conocer entero.

Hubo en la historia del país algunos estadistas a quienes es posible imaginar de pie y sin custodia en cualquier esquina de Buenos Aires, confundidos con la marea ciudadana. Hombres entre hombres. El fue uno de ellos. Todo en el remitía a las virtudes del ciudadano cabal. A quienes trabajan y recorren las ciudades y los campos. A quienes habitan las casas donde no hay armas ni centinelas. A quienes desconocen la retorica, la soberbia, el miedo que emana de las acciones miserables y las mediocridades del lujo mal habido.

Entre los que gobernaron la Nación, hubo algunos a quienes es posible identificar con los gobernados porque fueron seres de su misma estirpe. El fue uno de ellos. Fue, como los millones que le dan forma al cotidiano del país,
un presidente de todos los días.

Si como quiso el griego clásico, los muertos hablan a los vivos desde el reino de las sombras, pidamos que su voz no se aparte de la patria; que se haga oír
y que respalde a los que aun creemos que la Republica es posible. Que nos alumbre para que sepamos qué no hacer, que no decir, que no creer, que no escuchar. Ya nos ocuparemos nosotros, bajo su aliento inspirador, de seguir luchando más y mejor por lo que sí cabe hacer, decir, creer y escuchar.

Y para que un día este suelo sea de contar al Dr. Arturo Humberto Illia entre quienes en el descansan en paz.







































Hace 10 años, Jaime Rosemberg escribía en La Nación:

El escribano general de gobierno no podía salir de su asombro. Frente a su escritorio, serio y muy seguro, estaba el hombre que un día antes había sido echado a los empujones de la Casa Rosada. Ese 29 de junio de 1966, Arturo Umberto Illia venía a efectuar su declaración de bienes.

Los datos eran también sorprendentes. Illia había comenzado su gestión tres años antes con un auto, una casa y un depósito bancario de 300.000 pesos. Se iba del poder con la casa, de a pie y con la cuenta bancaria en blanco. Los gastos reservados de todo el período no habían sido usados y fueron devueltos al fisco.

Ese era Illia. El hombre político que hizo de la decencia una forma de vida. El médico que desde la militancia en el radicalismo llegó a la presidencia, y que siempre confió en las virtudes democráticas que su partido debía irradiar a toda la sociedad.

 


















Arturo Illia y su revolución en democracia
Por Rodrigo Estévez Andrade
Diario Inédito, 18 de enero de 2013.

Fue médico ferroviario y cordobés por adopción, se dedicó a la política y la salud con la misma pasión desde muy joven. La UCR lo hizo presidente de la Nación en 1963. Era un hombre de aspecto imponente y voz clara. Quienes lo acompañaron sostienen que era tozudo y a la vez dialoguista.

Fue todo lo que ansío ser en la vida política de una Argentina convulsionada por los quiebres institucionales. Senador provincial del sabattinismo, vicegobernador en 1940. Diputado nacional en el ´48, perdió sus candidaturas a gobernador y senador nacional a fines de los ´50. Fue electo gobernador en las elecciones anuladas de 1962 y el 12 de octubre de 1963 accedió a la máxima responsabilidad que hombre público alguno pueda aspirar en su carrera política, la presidencia de la Nación.

Illia había sido electo por uno de cada cuatro votantes en una elección donde el peronismo había ordenado una vez más el voto en blanco, la UCR obtuvo el 25,2% de los sufragios y el peronismo en franca caída solo alcanzó el 21,2%. Muy por debajo del 24,7% de las elecciones de 1957 y del 25,2% de las de 1960. El peronismo representó a uno de cada cinco votantes.

De ese modo, la UCR volvió al poder luego de 33 años. Según Alain Rouquié, Illia había recibido un apoyo que iba “desde los conservadores hasta los comunistas, pasando por los neoperonistas”.

Su gobierno no solo fue austero, también fue una verdadera revolución democrática en la administración de los recursos públicos. La campaña se basó en dos pilares: el rechazo a las imposiciones del Fondo Monetario Internacional y la denuncia de los contratos petroleros del gobierno de Frondizi y la UCRI. Sus dos temas centrales de gestión fueron la salud y la educación.

El día posterior a ser derrocado por un golpe con “olor a petróleo” como aseguraron muchos, el presidente de la decencia republicana, volvió a ingresar a la Casa de Gobierno. Sí, como lo están leyendo. Lo hizo para efectuar ante el escribano general de gobierno su declaración de bienes personales. Ese fue don Arturo Illia. En tiempos en los que las declaraciones de bienes de los funcionarios públicos son puestas en discusión por figuras del espectáculo, Illia traza un abismo. Había ingresado con trescientos mil pesos en su cuenta bancaria y se iba con su cuenta en cero. Tenía un auto al iniciar su mandato y debió irse en taxi. Mientras que los gastos reservados de sus tres años de gestión fueron devueltos en su totalidad al fisco.

Un 18 de enero caluroso del año en que retornó la democracia definitivamente a la Argentina, Illia se despedió por la puerta grande de la historia. Fue velado en el Congreso de la Nación y a pesar del receso veraniego, una multitud acompañó sus restos día y noche.

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