Por Arq. Guillermo Meyer
Un Premio Nobel de Economía decía que existen cuatro tipos de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina. No se podía explicar como un país devastado por la guerra y sin recursos naturales pudo en poco tiempo convertirse en una de las primeras economías del mundo. Del mismo modo era imposible entender como Argentina, privilegiada en cuanto a disposición de recursos naturales y una población con un nivel cultural destacado, haya entrado en una espiral de decadencia cada vez más profunda.
Un Premio Nobel de Economía decía que existen cuatro tipos de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Japón y Argentina. No se podía explicar como un país devastado por la guerra y sin recursos naturales pudo en poco tiempo convertirse en una de las primeras economías del mundo. Del mismo modo era imposible entender como Argentina, privilegiada en cuanto a disposición de recursos naturales y una población con un nivel cultural destacado, haya entrado en una espiral de decadencia cada vez más profunda.
Por eso es inconducente analizar la realidad de nuestro país
sin considerar la calidad de las instituciones políticas. Esto es porque el
éxito o el fracaso de un país dependen, fundamentalmente, de cómo la política
determina la economía.
A partir de la Organización
Nacional, nuestro país experimentó un extraordinario crecimiento impulsado por
un modelo agroexportador. La pequeña élite que se dedicaba a esa actividad
detentaba el poder político y había organizado la sociedad en su propio
beneficio. Pero ese modelo no sería sustentable a futuro si no se aprovechaba
ese crecimiento para avanzar hacia la innovación y diversificación productiva
acompañadas de una mejor distribución de los ingresos y las oportunidades. Si
bien esto hubiera sido un importante avance para el país, también implicaba un
serio riesgo para las ventajas consolidadas de esa élite. No podían permitir
que nuevos actores generaran riqueza; no podían, por lo tanto, permitir el
florecimiento pleno de una democracia que los obligara a compartir el poder
político.
Finalmente, la lucha y el empuje de
amplios sectores de la sociedad por obtener protagonismo político y social
dieron sus frutos cuando, en 1916, lograron acceder al gobierno a través de la
Unión Cívica Radical. El radicalismo gobernó hasta 1930, cuando Hipólito
Yrigoyen fue derrocado mediante un golpe de estado. En ese momento Argentina
era uno de los países más importantes del mundo.
Durante entonces hasta la
recuperación definitiva del sistema democrático en 1983, el país fue gobernado 11
años y 4 meses por los conservadores y su “Fraude Patriótico”, 21 años y 8
meses por gobiernos de facto, 3 años y 11 meses por la UCRI, 2 años y 8 meses
por la UCRP y 12 años y 1 mes por el Partido Justicialista como máximo
exponente del populismo vernáculo.
En
1983 se produjo un importante cambio cultural que significó una bisagra en la
historia del país. El recuerdo de los oscuros años vividos, el Juicio a las
Juntas y la prédica de Raúl Alfonsín convencieron a los argentinos de nunca más
permitir gobiernos de facto ni tolera
horrores como los que estos produjeron. A partir de entonces hasta la fecha, el
Partido Justicialista gobernó 22 años y 11 meses mientras que la Unión Cívica
Radical lo hizo 7 años y 7 meses.
Tanto los gobiernos de facto como los populistas,
priorizaron su propia permanencia en el poder por sobre todas las cosas; a
veces desatando cruentas luchas entre sus propias facciones. A pesar de que en
cada período hablaban de un nuevo país y usaban palabras como “revolución”,
finalmente siempre reprodujeron el mismo sistema consistente en obtener el
poder y conservarlo a toda costa. Tenían muy claro un proyecto de poder; pero
nunca tuvieron, ni les importó tener, un proyecto de país. La recuperación de
la Democracia dejó atrás el período de golpes militares y aseguró la libertad,
sin embargo el éxito político del populismo siguió poniendo en práctica una
concepción del poder que, en esencia, es la misma que desde hace décadas nos
viene llevando de fracaso en fracaso.
Esta forma de concebir el poder se
caracteriza por:
-
Un líder carismático. Erigen un líder presentado como el
salvador de la Patria, una suerte de caudillo al que se le deben confiar los
destinos de la Nación. Se pretende que el ciudadano ceda a esta figura paternal
su protagonismo y su responsabilidad como individuo, desentendiéndose de los
problemas comunes. El debate político pasa a girar en torno a la lealtad debida
a ese líder, mientras que el debate de ideas queda en un lugar marginal. Pero cuando
las esperanzas puestas en ese líder se ven defraudadas, se lo reemplaza por
otro, que hereda el apoyo popular y garantiza la continuidad del mismo esquema
en el poder.
-
Capitalismo de amigos. Se establece una fuerte sinergia
entre poder político y poder económico. Los primeros buscan la permanencia en
el poder y el otro hacer negocios a costa de los intereses de la mayoría. A
veces se suceden conflictos de intereses que hacen que los empresarios amigos
cambien y sean reemplazado por otros que se convierten en los nuevos ricos de
ese período populista. Cartelización de la obra pública, exenciones impositivas
y complicidad para eludir limitaciones legales son moneda corriente.
-
Discurso de “moda”. El populismo siempre buscó maquillarse
según el clima de época; fueron la “Argentina del Primer Mundo”,
luego el “Modelo Nacional y Popular” y ahora cada vez hay más en la línea
esperemos a ver qué onda. A pesar de las diferencias en el discurso, coinciden
en la total ausencia de compromiso real con la postura ideológica proclamada.
-
Relato épico. Transforman su posición política
en una cuestión identitaria cuasi religiosa. Para eso desarrollan un relato dirigido a instalar creencias, de
manera que la adhesión sea una cuestión de fe donde no importan los hechos, ni
los argumentos, ni las explicaciones. De esa manera su posición política se
convierte en una cuestión identitaria cuasi religiosa, es decir, hay creer y no
pensar. Entonces, la fe ciega y cegadora
en la certeza absoluta de una visión de la realidad hace que muchos sientan que
con su adhesión cooperan con una empresa épica, aunque eso signifique secundar
y transigir con cosas que tal vez repugnen moralmente. Así es como muchos aún se
tragan sapos, mentiras y excusas en nombre de la expansión de un supuesto
modelo nacional y popular cuando único que se expande es el patrimonio personal
de funcionarios y amigos.
Siempre las sociedades han necesitado certidumbre
sobre su presente y futuro; creer en algo. Si bien el auge de las comunicaciones
facilita el acceso a la información sobre lo que sucede, cuando la inmediatez y
la superficialidad son culturalmente dominantes se dificulta el discernir entre
lo verdadero y lo falso. Esa preponderancia de las apariencias facilitó a los
malos gobiernos mentir, omitir, exagerar, engañar y descontextualizar para
sostenerse en el poder.
-
Cortoplacismo. Para asegurar el éxito electoral
necesitan generar en la población una sensación de satisfacción a modo de
placebo. Por ese motivo concentran todo el esfuerzo en aquellas políticas que
producen efectos positivos a corto plazo, aunque comprometan negativamente el
largo plazo. La falta de planificación a futuro y los cambios bruscos de
orientación política impulsados por el mismo partido de gobierno, llevan indefectiblemente
al estancamiento. Por ejemplo, los mismos hace una década privatizaron mal, hoy
estatizan también mal; en ambas transacciones siempre el Estado resultó
perdedor.
La
satisfacción de lo inmediato muchas veces significa renunciar a la posibilidad
de desarrollo en el fututo. La inmediatez está instalada en toda la sociedad y el populismo lo
entiende y lo utiliza. Los argentinos creyeron en la “plata dulce” de los 70, el
“uno a uno” en los 90 y ahora en el crecimiento a tasas chinas. Muchos disfrutan
mientras duran esas “fiestas” y toleran la irresponsabilidad y la corrupción
del gobierno a cambio de compras en cuotas o algún viaje al exterior. Sin
embargo esos períodos siempre terminaron en crisis de gran magnitud que, a
pesar de quedar en la memoria colectiva de los argentinos, no han servido como
aprendizaje para evitar caer siempre en la misma trampa. Durante los 90 la
sensación de bienestar fue financiada con endeudamiento externo y en el 2001
estallaron las consecuencias. Ahora esa “fiesta” se financia
desperdiciando las ventajas de los altos precios internacionales de nuestros
productos, pateando deudas hacia adelante, echando mano a los recursos del
ANSES y dilapidando las reservas del BCRA.
-
División de la sociedad. Para asegurar el apoyo popular
buscan generar el temor a las consecuencias de una eventual derrota del
gobierno. Para ello es necesaria la existencia de enemigos que encarnen los
peores temores de la sociedad. Para asegurar esa conveniente polarización esos terribles
enemigos son metidos en la misma bolsa que el resto de la oposición de manera
que los atributos negativos de unos se trasladen también a los otros. No
aceptan matices, si no se está a favor de algo, es porque se está en contra. Al
instalar la idea de que el grupo que gobierna debe triunfar sí o sí para salvar
al país, justifican el arremeter contra todo aquello que signifique un
obstáculo a un supuesto mandato histórico; no importa si se trata de la
República o la Constitución Nacional.
Ese rechazo al diálogo y el pluralismo,
y la consecuente degradación en la calidad del debate político, permite
esconder las debilidades del relato oficial. Quien tiene seguridad en sus
convicciones acepta gustoso la crítica y el debate porque sabe que sus ideas
pueden resultar fortalecidas; en cambio, esto es inconveniente cuando no
existen convicciones o cuando las verdaderas intenciones son inconfesables
-
Clientelismo y utilización de los
pobres. La pobreza
no se debe a la ignorancia, torpeza o incapacidad de quienes gobiernan, sino a
decisiones tomadas con la intención de sostener esa situación. Se aplica
una suerte de “teoría de las migajas” consistente en satisfacer las necesidades inmediatas de a
una franja de la población, pero sin resolver su situación de vulnerabilidad.
De esta manera los más pobres son convertidos en rehenes permanentes de un
gobierno que les entrega “migajas” a cambio de obediencia.
El quiebre de la voluntad de
millones de personas para reducir sus expectativas a la mera subsistencia
genera dependencia, esta es fundamental para la creación de redes clientelares,
las que a su vez forman parte de la maquinaria electoral del oficialismo. Esta
concepción del poder ve a los pobres como clientes y no como ciudadanos. Esto
explica por qué en la actualidad la pobreza es igual o mayor que en los años 90, a pesar de que en esta
última década el gobierno dispuso de un volumen de recursos como ningún otro.
De esta manera jamás lograremos un desarrollo económico con
equidad e igualdad de oportunidades que garantice una mejor calidad de vida
para todos hasta que no resolvamos las causas políticas que lo impiden.
Actualmente estamos siendo testigos
del final de un ciclo populista. Del mismo modo que ex menemistas renegaron de
esa pertenencia para convertirse en duhaldistas y luego en kirchneristas, ahora,
silbando bajo, buscan una nueva figura para seguir recreando la misma lógica y
práctica política. Posiblemente la presidente y sus laderos más cercanos serán
convertidos en chivos expiatorios mientras que los demás, cual Afrodita renovando
su virginidad con un simple baño de mar, reaparecerán hablando de la necesidad
de lo nuevo y de la renovación. Nos dirán que son los únicos que pueden
gobernar y rescatarnos de los desastres que ellos mismos ayudaron a provocar;
nos dirán que nos llevarán a un país de ensueño del que nos han alejado durante
tantos años de gobierno. Son los mismos gobernadores feudales, los mismos
barones del Conurbano, las mismas redes clientelares, los mismos funcionarios
de gobiernos corruptos.
Las únicas excepciones a esta lógica
de construcción política han sido los gobiernos radicales que han debido
heredar crisis muy fuertes y enfrentar a su vez una oposición virulenta y
ansiosa de recuperar el poder lo antes posible. No es casual que dieron los
únicos presidentes que no se han enriquecido en el poder. Fueron los que han
planteado cuestiones que hacían a una transformación política y social profunda
y a largo plazo y con un proyecto de país: primeras leyes favorables a la clase
obrera; creación de YPF; promoción y defensa de la modernización de la
universidad pública reformista de 1918; planes de alfabetización; defensa de
los intereses nacionales frente a la prepotencia foránea; el Juicio a las
Juntas,; obras públicas pensando en el futuro como hospitales, escuelas, obras
hidroeléctricas y ferroviarias; logro del autoabastecimiento energético;
planteamiento de propuestas estratégicas como el traslado de la Capital, etc.
El populismo, sin proyecto de país ni ataduras éticas avanza rápido, pero sin
dejar nada en concreto, en cambio quien respeta la república y es consecuente
con sus valores e ideales, avanza muy lentamente; pero de manera concreta y
firme.
Para no caer nuevamente en las
mismas trampas, los argentinos debemos reconocer nuestras propias fallas morales
y entender que no hay beneficio individual si no se realiza el bien común;
debemos dejar atrás la “viveza criolla” y el miedo a parecer tonto por ser
honesto. No hay posibilidad de salida cuando en un país quien hace las cosas
bien pierde y el que hace las cosas mal gana; estamos perdidos si creemos que
la salvación pasa por fagocitarnos unos a otros.
Para que un país avance es necesario que tenga
instituciones políticas de calidad; para ello es necesario que haya partidos
políticos fuertes que discutan proyectos en lugar de nombres o fotos. No habrá
instituciones sólidas si dependen de agrupaciones cuya estabilidad depende de
la ubicación en las encuestas de una figura estelar.
Debemos apostar a un gobierno que tenga entre
sus principales preocupaciones lograr que todos los habitantes tengan la
posibilidad de desplegar sus capacidades; como también incentivar el
surgimiento y materialización de buenas ideas. Para eso es fundamental un
sistema educativo que vuelva a ser motor de la movilidad social e incentive el
talento incipiente. Quien sabe, tal vez alguien que podría haber sido Premio Nobel
se encuentra en estos momentos viviendo en la extrema miseria o en la calle por
el solo hecho de haberle tocado nacer en un hogar marginado sin oportunidades
ni expectativas.
No se trata de sustituir un nombre por otro
nombre; para salir de esta decadencia necesitamos derrotar una forma de
entender el poder político. Ya sabemos por experiencias anteriores que cambiar
las cosas no es algo sencillo. Hacerlo significa afectar intereses corporativos
tanto en lo político como en lo económico; y estos no se van a quedar quietos.
Sabemos que va a ser difícil pero vale la pena intentarlo; y vale la pena
porque es la única alternativa que tenemos para que nuestro país sea un mejor
lugar para vivir.